Las potencias mundiales acaparan las vacunas en detrimento de los países periféricos.

Les Mangeurs de ricotta de Vincenzo Campi (1580)

Estas últimas semanas, varias empresas farmacéuticas occidentales han anunciado que han desarrollado vacunas contra la covid-19. Es el caso, en particular, de la asociación de empresas Pfizer-BioNTech, de la farmacéutica estadounidense Moderna y de AstraZeneca en colaboración con la Universidad de Oxford.

Los Estados imperialistas de uno y otro hemisferio se han apresurado a cursar pedidos y comprar a toda prisa el mayor número posible de dosis, en algunos casos incluso antes de la certificación de las vacunas por los organismos competentes. Esta auténtica rapiña imperialista de las vacunas está aniquilando de hecho las posibilidades de los países de la periferia capitalista de procurarse dosis para hacer frente a la pandemia.

Imperialismo y subdesarrollo

Claro que los recursos financieros no explican todo. Hay otros factores, que por mucho que estén vinculados con la cuestión económica, determinan esta desigualdad entre países. En efecto, las vacunas desarrolladas por Pfizer-BioNTech y Moderna tienen una eficacia de más del 90 %, pero estas vacunas tienen que conservarse a temperaturas muy bajas: –70 ºC. Esto implica que los países que adquieren dosis de estas vacunas han de disponer de la infraestructura necesaria para mantenerlas a estas temperaturas, pero normalmente solo los laboratorios de investigación disponen de esta clase de congeladores. Ni los hospitales, ni las farmacias los tienen, ni siquiera en los países capitalistas desarrollados.

En este sentido, Alex Berezow, especialista en ciencias, tecnología y sanidad pública, afirma que “los desafíos logísticos que supone la cadena de frío imposibilitan prácticamente que una vacuna llegue a las regiones cuyas infraestructuras son mediocres y el suministro eléctrico poco fiable”. Dicho de otro modo, para muchos países de África, Asia y América Latina, y otras regiones del planeta (incluidas ciertas zonas de los países imperialistas), el almacenamiento de las dosis de vacunas resulta casi imposible, y por tanto también la vacunación de la población.

Desde este punto de vista, la vacuna desarrollada por AstraZeneca presenta una ventaja, ya que puede almacenarse en congeladores como los que suelen emplearse en los hospitales y farmacias, a temperaturas no tan bajas. Sin embargo, la eficacia de esta vacuna es de apenas el 62 %. Por consiguiente, es más que probable que, en el caso de que se resuelva el problema de la producción, será este tipo de vacuna menos eficaz la que llegue primero a los países periféricos y semicoloniales.

Evidentemente, esta situación está lejos de ser una fatalidad, fruto de la suerte de unos países y la desgracia de otros. En realidad, el subdesarrollo de la gran mayoría de países del mundo es el resultado del funcionamiento del propio capitalismo, en que un puñado de potencias se reparten las riquezas producidas en el conjunto del planeta. Su desarrollo depende del subdesarrollo de otros países. Es el imperialismo el que impide el desarrollo de las infraestructuras mínimas que permitan a la población gozar de unas condiciones de vida mínimamente dignas.

Todos contra todos

Pero nos equivocaríamos si pensáramos que existe una especie de entendimiento armonioso entre las diferentes potencias imperialistas contra los países de la periferia capitalista. En realidad, como vimos en las primeras semanas de la pandemia y a lo largo de todos estos meses, las potencias capitalistas compiten encarnizadamente entre ellas, incluso para procurarse productos elementales para hacer frente a la pandemia, como mascarillas, gel antiséptico o respiradores.

Ahora, con la vacuna, un producto mucho más complejo y sofisticado, esta lucha encarnizada prosigue, si cabe con más brutalidad. En efecto, puesto que todo parece indicar que las empresas farmacéuticas no podrán cumplir sus promesas de suministro para el año 2021, es más que probable que las potencias imperialistas se libren a una competencia feroz para hacerse con las dosis de vacunas. No está descartados que asistamos a escenas de piratería moderna, a formas de saqueo a gran escala. Porque más allá del aspecto sanitario, la inmunización de la población constituye una gran baza económica: el país que reciba más dosis de vacunas podrá tratar de relanzar su economía antes y de este modo obtener una ventaja con respecto a los capitalistas de los demás países.

El ejemplo de las vacunas muestra una vez más el carácter devastador y reaccionario del capitalismo. Es esta lógica, guiada por el beneficio, la que alimenta la desconfianza de gran parte de la población con respecto a las vacunas y sirve de caldo de cultivo para las teorías conspiranoicas más absurdas. El hecho es que, de momento, la única solución a esta pandemia parece ser la vacuna. Y en esta situación, los capitalistas actúan como de costumbre: tratando de beneficiarse. Si la clase obrera puede extraer aunque solo sea una lección de toda esta pandemia, es que habría que nacionalizar la industria farmacéutica y la investigación científica, bajo el control de sus trabajadoras y trabajadores, financiadas por elevados impuestos sobre las grandes fortunas. Es así como la lucha contra pandemias como la covid-19, que no será la última, podrá guiarse únicamente por la urgencia sanitaria y no por imperativos económicos.

Por Philippe Alcoy | 02/01/2021 | Mundo

 

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